Cuento

La princesa Caramelo tenía problemas de dispersión angulosa por tangentes encontradas en el vértice caido de sus emociones confundidas con las formalidades de su competencia. Además, tenía cansancio de los cabellos, las miradas y los polvos translúcidos del maquillaje por culpa de las inpensables horas palpitantes en las que tenía que hundirse entre tipificaciones y procesos jurisconstitupenales.

Tenía nauseas de sus colores de arcoiris por las mañanas, y de sus árboles invernales por la noche, y de vez en cuando le daba una verborrea incontenible en la que se deshacía en adjetivos y sustantivos indeseables, miserables,frios o comunes. Le daban migrañas por culpa de los vientos azucarados que se colaban entre los guijarros del calabozo de sus ideas- un calabozo que era antes la antesala del paraiso- los guijarros que ya no la dejaban salir, porque estaba sola. Sola adentro y afuera.

La princesa Caramelo estaba triste, porque entre tanto ajetreo de la corte, nadie quería decirle que sí estaba. Porque no sabía si estaba... y se sentía fuera, lejos, dentro y muy cerca. Casi ensima... ensimismada. Pobresita... le decías.