6 de agosto de 2008

Adriana

Adrina y yo solíamos comer del mismo plato, dormir en la misma cama, e incluso usar los mismos zapatos pues éramos el mísmo número. Solíamos quedarnos despiertas hasta las 4 am cuando teníamos clase de 8, para volver a las 11 y tirarnos las dos a mi cama a pensar en el problema de la hora de la comida. Hablábamos únicamente de lo que podía hablar con mi Princesa Caramelo: "amor". Yo no tenía amor, ni amores, más allá de los que yo sola me armaba con retazos de deseos, sueños e historias ajenas, robadas de cuentos -De mis Princesas Caramelo- y novelas -esas auténticamente leidas-, era así cómo ella me brindaba escenas que desmenuzar para cambiar personajes, escenarios y díalogos, distorcionando su amores para que quedaran limpios y pudieran ser de cualquiera, para ver si un día podía alguno encajar conmigo.

Sentía que la necesitaba, que necesitaba su dependencia a mi para las cosas pequeñas e insignificantes como saber qué jabón se usa para qué, y cómo se prendía la estufa, el qué se ponía primero en los sartenes, en las ollas, en la mesa... Pero más que nada necesitaba sus historias de amor, sus cuentos chinos, la inexistencia de sus silencios y sus preguntas que me hacían sentir útil en su vida.

En los tres años que vivimos juntas, pensamos dejar a nuestras respectivas roomies para tener el mismo cuarto y seguirnos desvelando hasta que le cielo fuera tan obscuro que fuera a empezar a amanecer. También hablamos de nuestras bodas, del respectivo vestido de dama de cada una para la boda de la otra. Hablamos de ir a Nueva York juntas, del verano que ella debía pasar en mi casa, y del departamento que tendríamos inmediatamente después de que nos dieran permiso para dejar el gaos. Fue la primera en consolarme cuando un hombre me hizo llorar, y la más insistente en esperarme despierta después de mi primera cita (y la segunda, y la tercera...) y claro, fue quién esperó en las madrugadas a que yo llegara temblorosa después de que me dijeran con ojos brillantes que me querían pero no me querían.

Por mi parte la extrañé todos los fines de semana, y cumplí todos sus caprichos mientras estuvieran en mis manos, estuve siempre alerta a cualquier cosa que alguién le hiciera, y la defendí a capa y espada de cualquier persona que dijera que era una boba. La cuidé sobria y ebria, enamorada y despechada, sola y acompañada. La cuidé como si me la hubieran encomendado.

Y ahora? ahora no nos dirijimos la palabra... Porque empezó a verme como si yo fuera mucho menos que ella, porque empezó a gritarme y lastimarme con cosas que ella no pensaba, sino que pensaban sus nuevas amigas. Y también porque con el tiempo y una distancia me di cuenta de que yo para ella no era nada más que alguien que la escuchaba mientras hablaba, y hablaba, y hablaba y hablaba... Totalmente reemplazable.

2 comentarios:

Rné, dijo...

mal, mal, mal pedo (N)!

Zanahoria dijo...

Hey! Si no me comentas yo ni en cuenta, hace tiempo que no te visitaba, pero ya leí ^^
(Te agregare a mis "bloggies")
He crecido?? Mmm quién sabe...
Eso de tu amiga suele suceder, a mí me pasó varias veces (Bueno dos) Y desde entonces no me adentro tanto a una amistad... Como sea, no dudo que exista una amistad que si pueda durar tooda una vida ^^ Saludos