El mar de cabellos rojos y brillantes hipnotizaba a cualquiera, eso era un hecho. Largos y ondulados, llegando a rozar la cintura más envidiada por las mujeres del pueblo, y la más soñada por cada hombre que conociera de su existencia aún más allá del bosque de algodones anaranjados en el que se hundía la cabaña y con ella la joven y hermosa hechicera Demelza; con sus zapatos puntiagudos, sus hipnóticos colores y su melodiosa voz... la cual sólo usaba para pedir favores y ganarse cuentos de cualquier forastero que pasara por ahí.
(Plagiando a Alfredo)
22 de diciembre de 2006
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